Relatos de la cotidianidad
La pareja Elsy Mayela Seijas (texto) y Willian Olmos (fotos/arte) celebran el día a día en tiempo de pandemia en Venezuela
En la cotidianidad, la vida se va develando, trazos pequeñitos, que te llevan a contemplar, oír, valorar, creer… la esperanza, la vida.
Plegaria
Camino a la tierra cercada por el mar, espirales tornasoles se forman y se escurren, formando montículos.
La excelsa brisa se realza al pasar el istmo desértico; pronto llegaremos al golfo.
Mojados los pies de azul apasionado, mirando las aves que surcan el añil infinito.
En medio de esta ‘pródiga belleza’ llegan exigencias para resguardar la vida.
La calamidad angustia a la cotidianidad.
En un instante, se interrumpió todo; la inquieta domina.
La pandemia está en el pueblo cercado por el mar.
Apretó el medallón de la Madrecita, entonando fragmentos de esperanza.
La península es testigo del ruego.
“Dios de la vida, sosiega lo incierto, danos la paz,” confiada que vendrá solemne el ¡triunfo de la vida!
Misericordia
Se interrumpió la vida.
¡Misericordia!
Trozos de tela recubren los miedos.
Y se esconden los rostros.
Dan cuenta de que ya llega. Tiempos difíciles.
¡Desconfianza y expectativa!
Diálogo fraterno y sereno en la oración.
Se enaltece la súplica.
Mientras esperamos el acontecimiento, la esperanza.
Negrito amado
Las jóvenes adornan la mesa: “palmas tejidas, flores y velas,” el festejado “San Benito”.
Ahora la vecindad es un lugar de encuentro, celebración y alegría.
Van a la plaza las mujeres ataviadas con cintas y hermosos trajes multicolores.
Cantan estrofas y tocan la tambora, siglos de tradición en sus repiques.
“Sumiso instrumento de nuestro Señor, haznos el favor a las almas, negrito amado,
hermano nuestro, intercede por tu pueblo.”
Tímidamente el sol empieza aparecer y la inmensidad de la montaña se devela. Un agricultor trabaja con su yunta y arado, el humo tenue de las casas, vislumbrando la belleza del páramo.
El retozo de pequeños animales que se esconden entre los pajonales del camino y la laguna sombría, “cuidada por los guardianes,” escarches brillantes y hermosos frailejones alrededor. Agradecemos a la madre tierra.
Un poco de chocolate y entre todos arreglamos el refugio en el regazo del picacho esplendoroso.
¡Alabamos y danzamos! Agarramos nuestras manos, entre risas, utopías y cánticos… agradecemos su cobijo.
Flor del naranjo
María carga un cuenco, va a lo alto del monte.
Estos días, la sequía aprieta y un hilo de agua brota de la piedra.
¡Agua socorrida! Paz en la recogida.
Un suave aroma de la flor del naranjo, se esparce. Siembras a lo largo del sendero.
María sujeta el rosario y simplemente agradece: “Mi refugio, mi Dios, en quien yo pongo mi confianza”.
Y en la noche, Dios
Acaricio mi pelo, una y otra vez. Tengo frío, el sol sutilmente entra por la ventana.
Mi nombre es María, me gusta correr en el patio con mis hermanas y esconderme en el regazo de mi madre.
La enfermedad me va quitando, poco a poco, todo.
Tanteo en mis recuerdos sin hallar mucho, intento armar cada pedazo.
Agarro tu mano, confío, sé que estás conmigo.